viernes, 26 de octubre de 2012

LA CAPERUCITA ROJA
 
 
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
 

viernes, 28 de septiembre de 2012


Hace mucho tiempo, en un pueblecito llamado Hamelín, sucedió algo muy extraño. Un día, todas las calles fueron invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, arrasando con todo el grano que había en los graneros y con toda la comida de sus habitantes.
Nadie acertaba a comprender el motivo de la invasión y, por más que intentavan ahuyentar a los ratones, parecía que que lo único que conseguían era que acudiesen más y más ratones.
Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron:
- “Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones”.
Pronto se presentó joven flautista a quien nadie había visto antes y les dijo:
- “La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín”.
El joven cogió su flauta y empezó a pasear por las calles de Hamelín haciendo sonar una hermosa melodía que parecía encantar a los ratones. Poco a poco, todos los ratones empezaron a salir de sus escondrijos y a seguirle mientras el flautista continuaba tocando, incansable, su flauta. Caminando, caminando, el flautista se alejó de la ciudad hasta llegar a un río, donde todos los ratones subieron a una balsa que se perdió en la distancia.
Los hamelineses, al ver las calles de Hamelín libres de ratones, respiraron aliviados. ¡Por fin estaban tranquilos y podían volver a sus negocios! Estaban tan contentos que organizaron una fiesta olvidando que había sido el joven flautista quien les había conseguido alejar los ratones. A la mañana siguiente, el joven volvió a Hamelín para recibir la recompensa que habían prometido para quien les librara de los ratones.
Pero los prohombres, que eran muy codiciosos y solamente pensaban en sus propios bienes, no quisieron cumplir con su promesa:
- “¡Vete de nuestro pueblo! ¿Crees que te debemos pagar algo cuando lo único que has hecho ha sido tocar la flauta? ¡Nosotros no te debemos nada!”
El joven flautista se enojó mucho a causa de la avarícia y la ingratitud de aquellas personas y prometió que se vengaría. Entonces, cogió la flauta con la que había hechizado a los ratones y empezó a tocar una melodia muy dulce. Pero esta vez no fueron los ratones los que siguieron insistentemente al flautista sino todos y cada uno de los niños del pueblo. Cogidos de la mano, sonriendo y sin hacer caso de los ruegos de sus padres, siguieron al joven hasta las montañas, donde el flautista les encerró en una cueva desconocida.
Hamelín se convirtió en un pueblo triste, sin las risas y la alegría de los niños; hasta las flores, que siempre tenían unos colores espléndidos, quedaron pálidas de tanta tristeza.
Pasados unos meses, los prohombres de Hamelín, junto al resto de habitantes del pueblo, buscaron al flautista para pagarle las cien monedas de oro y pedirle perdón y que por favor les devolviese a sus niños.
A partir de aquél día, los habitantes de Hamelín dejaron de ser tan ávaros y cumplieron siempre con sus promesas.


jueves, 27 de septiembre de 2012


Los tres cabritos y el ogro tragón



Había una vez tres cabritos que vivían en un verde pastizal. 
Un día el pastizal comenzó a secarse y los cabritos tuvieron que irse al otro lado de río, pero debajo del puente vivía Mazodientes, un ogro tragón. Los cabritos hicieron un plan para poder cruzar el puente pues sabían que Mazodientes los podía matar y comerselos.
Primero fue el cabrito chico, al verlo el ogro dijo:"¡Qué rica cena voy a tener! ¡Te voy comer!" y el cabrito contestó "No te apresures, soy tan chico que no te taparía una muela, espera a mi hermano que es más grande que yo" El ogro esperó al siguiente cabrito y cuando lo vio y gritó: "¡Uy, qué rica cena voy a tener! ¡Te voy a comer!" y el cabrito dijo: "No pierdas tu tiempo, atrás viene mi hermano, que es más gordo, sabroso y jugoso que yo." El ogro decidió esperar, cuando vio el mayor de los cabritos, sus ojos brillaron y gritó: "¡Pero qué banquete me voy a dar!" y el cabrito dijo: "Si me quieres comer, deja tu mazo y sube a pelear".
Mazodientes dejó su mazo y subió al puente. Entonces el cabrito corrió y le dio un golpe tan fuerte que Mazodientes cayó al río y se lo llevó la corriente
"¡Eso les pasa a los avorazasados!" le dijo el cabrito. Y desde entonces nuca se supo del ogro Mazodientes
y los cabritos pudieron comer felices en el verde pastizal del otro lado del río. Fin         

viernes, 21 de septiembre de 2012

 

JUAN Y LAS HABICHUELAS MAGICAS
Juan vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Juan a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.

-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca.

Así lo hizo Juan, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.

Cuando se levantó Juan al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Juan a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido.

Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.

La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Juan tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar cómo el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero.

En cuanto se durmió el gigante, salió Juan y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.

Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Juan por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro.

Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio Juan que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco.

Apenas le vio así Juan, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Juan, empezó a gritar:

-¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!

Se despertó sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores:

-¡Señor amo, que me roban!

Viendo lo que ocurría, el gigante salió en persecución de Juan. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Juan a su madre, que estaba en casa preparando la comida:

-¡Madre, tráigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!

Acudió la madre con el hacha, y Juan, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Juan y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LOS TRES CERDITOS
 
 
Érase una vez, había una cochina que tenía tres cochinitos. Los tres cochinitos crecieron tanto que su mamá les dijo— Son demasiado grandes para vivir aquí más. Deben ir y construir sus propias casas. Pero tengan cuidado que el lobo no les alcance. — Los tres cochinitos salieron juntos. —Tendremos cuidado que el lobo no nos alcance — le dijeron.


Pronto se encontraron con un hombre que llevaba paja. — ¿Por favor puede darme paja? —preguntó el primer cochinito. —Quiero construir mi propia casa. — Por supuesto— dijo el hombre, y le dio la paja. El primer cochinito construyó su casa con la paja y estaba muy contento con ella. Dijo — ¡Ahora el lobo no me alcanzará para comerme!


El segundo cochinito y el tercer cochinito siguieron caminando en la calle. Pronto se encontraron con un hombre que llevaba palos. — ¿Por favor puede darme algunos palos? — preguntó el segundo cochinito. —Quiero construir mi propia casa. —Por supuesto— dijo el hombre, y le dio unos palos. Luego el segundo cochinito construyó su propia casa de palos. Estaba más fuerte que la casa de paja. El segundo cochinito estaba muy contento con su casa. Dijo — ¡Ahora el lobo no me alcanzará para comerme!


El tercer cochinito caminó solo a lo largo de la calle. Pronto se encontró con un hombre que llevaba ladrillos. — ¿Por favor puede darme unos ladrillos? — preguntó el tercer cochinito. —Quiero construir mi propia casa. — Por supuesto— dijo el hombre, y le dio unos ladrillos. Luego el tercer cochinito construyó su propia casa. Tardó mucho tiempo en construirla, y era una casa bien fuerte. El tercer cochinito estaba muy contento con ella. Dijo — ¡Ahora el lobo no me alcanzará para comerme!


Al día siguiente, el lobo llegó. Se acercó a la casa de paja del primer cochinito. Cuando el primer cochinito vio al lobo, corrió al interior de su casa y cerró la puerta. El lobo tocó a la puerta y dijo—


—Cochinito, cochinito. ¡Déjame entrar!
— ¡No, no! — dijo el cochinito, —¡Nunca te dejaré entrar!
— ¡Entonces, soplaré y resoplaré, y derrumbaré la casa! — dijo el lobo.


Sopló y resopló y sopló y resopló. El lobo derrumbó la casa de paja, y comió al primer cochinito.


Al día siguiente, el lobo caminó a lo largo de la calle y llegó a la casa de palos del segundo cochinito. Cuando el cochinito vio al lobo, corrió al interior de su casa y cerró la puerta. El lobo tocó a la puerta y dijo—


—Cochinito, cochinito. ¡Déjame entrar!
— ¡Entonces, soplaré y resoplaré, y derrumbaré la casa! — dijo el lobo.


Sopló y resopló y sopló y resopló. El lobo derrumbó la casa de palos, y comió al segundo cochinito.


Al día siguiente, el lobo caminó más alla y llegó a la casa de ladrillo del tercer cochinito. Cuando el cochinito vio al lobo, corrió al interior de su casa y cerró la puerta. El lobo tocó a la puerta y dijo—


— Cochinito, cochinito. ¡Déjame entrar!
— ¡No, no! — dijo el cochinito — ¡Nunca te dejaré entrar!
— ¡Entonces, soplaré y resoplaré, y derrumbaré la casa! — dijo el lobo.


Sopló y resopló y sopló y resopló. Pero no derrumbó la casa de ladrillo.


El lobo se enojó mucho. Dijo — Cochinito, voy a comerte. Bajaré por tu chiminea para alcanzarte. — El cochinito estaba muy asustado pero no dijo nada. Puso una olla grande de agua sobre el fuego. El lobo subió al techo, luego bajó por la chiminea. El cochinito sacó la tapa de la olla, y cuando el lobo salió de la chiminea, ¡se cayó en la olla con un gran chapoteo! Eso fue el final del lobo.

                                           



viernes, 7 de septiembre de 2012

hansel y gretel

                                                        HANSEL Y GRETEL

Hansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.

Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador:

-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga.

Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer.

-¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los animales del bosque? -gritó enojado.

-De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencerlo al débil hombre, de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado.

Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos, escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero Hansel la consolaba.

-No llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para encontrar el camino de regreso a casa.

A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra les dio a cada uno de los niños un pedazo de pan.

-No deben comer este pan antes del almuerzo -les dijo-. Eso es todo lo que tendrán para el día.

El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran luego regresar a casa.

Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:

-Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.

Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían, trataron de encontrar el camino de regreso. Desgraciadamente, los pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Toda la noche anduvieron por el bosque con mucho temor observando las miradas, observando el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se perdían más en aquella espesura.

Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir adelante les aleteaba en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces, bombones y otras confituras muy sabrosas.

Los niños, con un apetito terrible, corrieron hasta la rara casita, pero antes de que pudieran dar un mordisco a los riquísimos dulces, una bruja los detuvo.

La casa estaba hecha para atraer a los niños y cuando estos se encontraban en su poder, la bruja los mataba y los cocinaba para comérselos.

Como Hansel estaba muy delgadito, la bruja lo encerró en una jaula y allí lo alimentaba con ricos y sustanciosos manjares para engordarlo. Mientras tanto, Gretel tenía que hacer los trabajos más pesados y sólo tenía cáscaras de cangrejos para comer.

Un día, la bruja decidió que Hansel estaba ya listo para ser comido y ordenó a Gretel que preparara una enorme cacerola de agua para cocinarlo.

-Primero -dijo la bruja-, vamos a ver el horno que yo prendí para hacer pan. Entra tú primero, Gretel, y fíjate si está bien caliente como para hornear.

En realidad la bruja pensaba cerrar la puerta del horno una vez que Gretel estuviera dentro para cocinarla a ella también. Pero Gretel hizo como que no entendía lo que la bruja decía.

-Yo no sé. ¿Cómo entro? -preguntó Gretel.

-Tonta-dijo la bruja,- mira cómo se hace -y la bruja metió la cabeza dentro del horno. Rápidamente Gretel la empujó dentro del horno y cerró la puerta.

Gretel puso en libertad a Hansel. Antes de irse, los dos niños se llenaron los bolsillos de perlas y piedras preciosas del tesoro de la bruja.

Los niños huyeron del bosque hasta llegar a orillas de un inmenso lago que parecía imposible de atravesar. Por fin, un hermoso cisne blanco compadeciéndose de ellos, les ofreció pasarlos a la otra orilla. Con gran alegría los niños encontraron a su padre allí. Éste había sufrido mucho durante la ausencia de los niños y los había buscado por todas partes, e incluso les contó acerca de la muerte de la cruel madrastra.

Dejando caer los tesoros a los pies de su padre, los niños se arrojaron en sus brazos. Así juntos olvidaron todos los malos momentos que habían pasado y supieron que lo más importante en la vida es estar junto a los seres a quienes se ama, y siguieron viviendo felices y ricos para siempre.